
Periodismo de ficción, producciones independientes, descalibraciones neurolinguisticas y pelotudeces clásicas y postmodernas
lunes, 22 de febrero de 2010
Mi primera convulsión

Hace un par de semanas tuve mi primera convulsión y lo más triste es que no me acuerdo de nada lo cual en términos prácticos, es como perder la virginidad muerto de curado o como fumarse el primer cigarro al revés. Y es que convulsionar tiene sus cosas buenas y malas. Según mi doctor de cabecera mis músculos hicieron tal desgaste energético que sólo se podría comparar a subir el Everest dos veces en ayunas y luego de haberse fumado dos cartones al hilo de Camell corriente. Yo personalmente, me reservo mi derecho a la duda ante tan drástica aseveración y prefiero decir que mis pobres músculos al menos hicieron más ejercicio que en todos estos 29 años de vida profundamente sedentaria.
Ahora bien, ante tal desgaste lo óptimo hubiese sido haber despertado con un cuerpo muy tonificado y con nalgas de aceros sin tener que recurrir al video de ejercicios de la Cindy Cradwford , pero no, amanecí igualito que antes. Aún así la experiencia resultó altamente positiva ya que me permitió descubrir mi hiperlaxitud incipiente llevando a mi cuerpo a contorneos altamente eróticos.
Para ser justo, convulsionar tiene también su lado perverso y malvado ya que te provoca un dolor abdominal sólo comparable a ganarte una beca vitalicia en pelotón bajo las órdenes del soldado O,Ryan y los efectos colaterales desde el punto de vista médico que conlleva porque eres objeto de estudio como un ratón de laboratorio durante varios días en un centro hospitalario para poder dilucidar las razones de fondo que provocaron la exaltación, porque en honor a la verdad la gente no anda por ahí convulsionando porque sí.
Siendo honesto habría preferido haber convulsionado por haber consumido alguna droga dura o por haber sufrido una sobredosis de burundanga, pero el caso no fue tal y el diagnóstico médico fue más bien escueto atribuyéndoselo a un trastorno del sueño perdiendo inmediatamente los rasgos rockandrolleros de los cuales siempre quise alardear.
En definitiva, mi vida se podría dividir en dos etapas A.C (Antes de la Convulsión ) y D.C (después de la convulsión), siendo A.C un período de excesos, pocas horas de sueño pero altos grados de felicidad y D.C un período de intromisión, reflexión, abstinencia etílica y otros menesteres impropios para esta edad de desenfreno. De todos modos, aún tenemos patria y para el próximo verano estoy pensando en poner un negocito de sacudidas de toalla en algún balneario top del litoral central o una emergente carrera como imitador póstumo de Sandro. Esto, para el asombro de todos mis parientes paisanos que siempre dijeron que no tenía la veta empresarial-árabe incorporada en mi naturaleza y era más bien de la escuela del pensamiento intangible. Cuando uno menos lo piensa se despierta el vendedor de telas que todo amante de los rellenitos llevamos dentro…
El apodo se lo ganó porque, al parecer, “la peluquera” era una profesional muy meticulosa en su faena. La dinámica consistía en que la chica se subía a la cabina y ofrecía dos servicios de primer nivel con diferentes valores: 5 lucas por el “corte” lento y 20 por el “corte” rockandroll. La rutina consistía en que la dama le ponía un pañito blanco con un pequeño orificio, por donde pasaba la verga (si, como en las peluquerías) y hacía un pequeño lavado en base a agua y jabón. Luego del lavado se procedía al "corte" y aquí es donde las dos modalidades que la profesional ofrecía ganaban y adherentes en la ruta. Lento para los conservadores y rock and roll para los conductores más osados. Lamentablemente para aquellos que con esta historia pensaron ir a hacerse un cambio de look móvil, “la peluquera” ya no ejerce y si está pensando lo mismo que yo, pues sí, debería dejar de usar tanto el vehículo de sus papis y moverse más a dedo.